Además, no todo lo que existe o influye en el universo puede medirse directamente. La gravedad, antes de Newton, no tenía una fórmula tangible, pero ya afectaba la realidad. Del mismo modo, los campos magnéticos o las partículas subatómicas eran invisibles e incomprensibles hasta que la tecnología avanzó lo suficiente para detectarlos.
¿Quién puede afirmar con certeza que las interacciones sutiles entre los cuerpos celestes y la vida en la Tierra no puedan a futuro ser comprobadas a nivel de laboratorio?
La astrología no requiere ser "demostrada" científicamente porque no opera bajo las reglas estrictas de la física moderna: se rige por principios universales que, aunque sutiles, son tan reales como el aire que respiramos.
Entonces, cuando nuestros antepasados observaban la bóveda celeste y entendían los movimientos astronómicos como si fuesen fenómenos divinos, no era por simple "ignorancia", "superstición" o por una falta de desarrollo tecnológico, al contrario: el haber personificado a los planetas y estrellas como si fuesen Dioses y figuras divinas fue algo tan esencial como cualquier otra área de la civilización humana, pues en el fondo entendieron que tales movimientos impactaban en nuestro mundo.
Y para entender precisamente dicho impacto podemos estudiar uno de los casos más contundentes: la precesión de los equinoccios y el movimiento aparente del Sol, que son dos fenómenos naturales que a lo largo de miles de años han inspirado la concepción de muchas cosmologías y religiones, por no decir todas.
En publicaciones anteriores ya he explicado este fenómeno en profundidad, así que ahora lo haré de manera breve y concisa.
Resulta que los sabios de la antigüedad, al estudiar el comportamiento de nuestros cielos, coincidieron en un hecho que la ciencia moderna corrobora en su totalidad: la esfera celeste, que es la base para cartografiar el cielo y crear mapas estelares, se encuentra dividida por un cinturón de 360°, el cual, a su vez, se compone por 12 constelaciones que abarcan un total de 30° cada una.
Esta división es lo que conocemos por "Zodiaco", que significa "rueda de animales" en griego por el hecho de que las constelaciones fueron antropomorfizadas y personificadas en figuras, principalmente animales.
Básicamente, el Zodiaco rodea la extensión de la eclíptica terrestre, que se define como la trayectoria circular aparente del Sol a través del cielo.
Este movimiento provoca un efecto óptico en el que parece que el Sol, junto con las constelaciones y demás cuerpos celestes, se desplazan alrededor de la Tierra. Sin embargo, en realidad, es la Tierra la que se mueve al orbitar alrededor del Sol, y, por supuesto, al girar sobre su propio eje.
En cada giro podríamos decir que la Tierra va "atravesando" cada una de las 12 constelaciones de la esfera celeste, quedando frente a frente a cada una.
Aproximadamente, la Tierra tarda unos 2.148 años en "atravesar" a cada una de las 12 constelaciones del Zodiaco, lo que suma un total de 25.776 años, lo que se denomina "año platónico" o "gran año cósmico".
Este extenso ciclo representa el tiempo que la Tierra necesita para completar una rotación completa a través de las constelaciones, y lo más sorprendente es que nuestros antepasados, aquellos hombres "supersticiosos" e "ignorantes" sin tecnología ya tenían total conocimiento al respecto. Y claro, desde las comodidades que nos brinda la tecnología del siglo XXI puede parecer fácil de entender, pero imaginen a nuestros "primitivos" ancestros con sus herramientas rudimentarias, y aún así lo consiguieron.
Entonces, cada 2.148 años, la Tierra atraviesa un signo o constelación en específico, y al finalizar ese período de tiempo, ingresa al siguiente. Por ejemplo, hace aproximadamente 12.000 años, el punto de inicio de la primavera, conocido como el equinoccio vernal, estaba ubicado en la constelación de Leo. Posteriormente la Tierra entró en la Era de Cáncer, después, tras otros 2.148 años, entró en la Era de Géminis, y así sucesivamente hasta llegar a la actualidad, en donde nos encontramos cursando la última etapa de la Era de Piscis.
Este fenómeno es el resultado de la precesión de los equinoccios, un movimiento gradual de la inclinación del eje terrestre que provoca el desplazamiento de las constelaciones en relación con las estaciones, cambiando lentamente el punto de inicio de las mismas a lo largo de los milenios. Este movimiento es tan lento que no podemos notarlo en nuestra vida diaria, pero que indiscutiblemente deja su huella en el firmamento.
¿Por qué explico esto? Porque todas las religiones del mundo han estado inspiradas por este fenómeno astronómico.
Veamos lo siguiente.
Hace 4.000 años atrás, la Tierra estaba cursando la Era de Tauro, el Toro, y este Toro se transformó en un animal sagrado para muchas culturas.
No es coincidencia que los egipcios, que estaban en auge hace 4.000 años, venerasen con fervor al Dios Apis, un Dios con forma de toro y a quien veían como una manifestación de Ptah, el arquitecto del universo.
En el Antiguo Egipto los toros fueron animales sumamente sagrados, e incluso, eran embalsamados al morir. De igual modo, la Diosa Hathor, patrona de la fertilidad, era representada como una vaca, que no es más que el toro hembra. Los egipcios levantaron grandes monumentos y templos en honor a los toros, y se condenaba con pena de muerte a quienes maltratasen a dichos animales.
En la India, civilización contemporánea a la egipcia y que también se desarrolló bajo la influencia de Tauro, el culto en torno a la figura del toro y de la vaca fue aún más ferviente, tan así, que ha perdurado con fuerza a nuestros días.
En el hinduismo estos animales son totalmente sagrados, y se proscribe su consumo. A la fecha las vacas y toros circulan en las calles de la India tal como perros y gatos en cualquier nación de Occidente, y esto ha sido así desde hace milenios.
Entre algunas figuras destacadas de la religión india, encontramos a Nandi, el toro sagrado de Shiva. Nandi es considerado un símbolo de fuerza, lealtad, fertilidad y devoción. En muchos templos dedicados a Shiva encontraremos una estatua de Nandi frente al santuario, y a quien tendremos que saludar antes de hacer el ingreso. También tenemos a Kamadhenu, la vaca celestial, o a Surabhi, la vaca de la abundancia. El mismo Krishna, Dios hecho hombre, defendió y apoyó tajantemente la veneración y la protección de estos animales, condenando su maltrato o consumo.
En la Antigua Persia, el toro también fue un animal sagrado. Por ejemplo, en el zoroastrismo se narra que Ahura Mazda creó al toro primordial, Gavaevodata, quien fue el impulsor de la creación física, siento también un símbolo de pureza, fertilidad y vida. El mismo Zoroastro, fundador de la religión, prohibió el asesinato y los sacrificios de toros y de vacas, considerándolos animales sagrados, tal como en Egipto e India.
En la Antigua Mesopotamia eran muchos los Dioses que tenían atributos de toro, entre ellos, Enlil, a quién describían como un toro feroz y rugiente. De igual modo muchos de los principales Dioses mesopotámicos eran representados con la forma de un toro, como Iškur, Lammasu y Adad, o bien, con cuernos de toro, simbolizando poder y atributos relacionados con la fertilidad.
Los mesopotámicos también erigían grandes estatuas de toros alados con cabeza de hombre para representar materialmente el vínculo entre lo humano y divino. Dichas esculturas y estatuas eran igualmente fabricadas con la intención de alejar el mal y atraer fortuna.
Y así sucesivamente veremos que las civilizaciones que nacieron bajo la influencia de Tauro, cimentaron sus concepciones religiosas en torno a la figura de este animal, y el mismo era venerado para tales propósitos u objetivos.
Después de más de dos mil años, cuando el planeta transitó hacia la siguiente etapa zodiacal, el culto en torno a Tauro fue desvaneciéndose, pues hicimos ingreso a la Era de Aries, el carnero.
Por lo tanto, las civilizaciones que se levantaron bajo la influencia de Aries se mostraron muy agresivas y hostiles hacia los cultos que todavía veneraban al toro, buscando reemplazarlo.
Por ejemplo, Mitra, el nuevo Dios persa que se levantó en la Era de Aries, fue conocido como el asesino de toros, y frecuentemente se le representaba degollando a estos animales.
Así, Mitra se transformó en el símbolo de una nueva Era; la de Aries, y por ello se le relacionaba con cabras, carneros y ovejas, rechazando el anterior culto en torno al toro.
Y fue precisamente durante dicha era astrológica en que nace la "tauroctonía" (matanza de toros) y la "tauromaquia" (lucha contra toros), y varios relatos de la época apoyaban el asesinato de estos animales o su uso en prácticas deportivas o crueles.
Por ejemplo, en el libro del Éxodo encontramos el rechazo del pueblo hebreo hacia la figura del toro, pues Moisés llevó a cabo una cruel purga hacia los adoradores de este animal.
Recordemos que en el Éxodo se narra que cuando Moisés desciende del monte Sinaí con las tablas de los mandamientos, se encuentra con una escena de caos y desobediencia: el pueblo de Israel, en su impaciencia y falta de fe, se hallaba adorando una estatua de oro con la forma de un toro al que incluso le habían levantado un santuario y un altar.
Lleno de ira y frustración, Moisés rompió las tablas de la ley y ejecutó una cruel purga, pues los adoradores del toro no solamente fueron ejecutados, sino que previamente fueron obligados a beber el oro fundido que resultó tras derretir la estatua... y ese día murieron 3.000 personas.
De este modo la Biblia judía mostraba su rechazo hacia el toro y advertía a quienes siguiesen pregonando su culto.
Y en el mismo libro hebreo podemos ser testigos de que los judíos se decantaron simbólicamente hacia las cabras, carneros y ovejas, tomando como emblema el shofar o cuerno de cabra.
En la religión griega también encontramos el mismo rechazo, por ejemplo, aquí tenemos el famoso caso del Minotauro, una terrible y malvada bestia mitad hombre y mitad toro que se alimentaba de sacrificios humanos.
El Minotauro era el resultado de un castigo divino: la reina Pasífae, esposa del rey Minos, fue hechizada por Poseidón para enamorarse de un toro blanco a modo de castigo por la desobediencia de su marido, lo que dio lugar al monstruoso hijo.
Con el tiempo, el Minotauro exigió sacrificios humanos, y los atenienses debían enviar tributos periódicos para apaciguarlo. La historia da un giro heroico cuando Teseo, el príncipe de Atenas, decide enfrentarse al monstruo. Con la ayuda de Ariadna, la hija del rey Minos, Teseo pudo encontrar al Minotauro en el laberinto en donde estaba recluido para luego asesinarlo y escapar airosamente.
En este relato podemos ver otra victoria heroica ante el toro.
Otra práctica griega de la época que muestra el rechazo hacia estos animales, era la hecatombe, prácticamente una masacre ritual en donde 100 toros o bueyes eran sacrificados, y esto ya era una práctica habitual en tiempos antiguos, como atestigua la Ilíada de Homero.
Y al igual que los hebreos, los griegos también tomaron el cuerno de cabra como símbolo sagrado de la nueva era astrológica, ya que en los antiguos textos se nos habla sobre el cuerno de Amaltea, que dio origen a la cornucopia.
Todo esto tiene su raíz en el nacimiento del Dios Zeus, quien, perseguido por Cronos (es decir, por Saturno; ¿Coincidencia?), tuvo que ser escondido y exiliado de los cielos para hallar cobijo en la Tierra, en donde fue criado y amamantado secretamente por una cabra: Amaltea.
Se narra que un día, el pequeño Zeus rompió accidentalmente uno de los cuernos de la cabra, y ella, en un gesto de generosidad, tomó su propio cuerno y lo llenó con frutas y otros alimentos para ofrecérselos al joven Dios.
De allí nace la cornucopia o cuerno de la abundancia, y la razón por la que este objeto se transformó en un símbolo de veneración, prosperidad y fertilidad, replicándose posteriormente en otras culturas.
Si continuamos explorando los textos griegos encontraremos otro pasaje en donde se ataca a la figura de los toros, específicamente cuando Heracles se enfrenta a Aqueloo, un Dios que tenía la capacidad de cambiar de forma a voluntad. Y precisamente, una de las formas que escogió para enfrentar a Heracles, fue la de un toro, siendo vencido por el semidios.
Además, muchas de las alegorías y símbolos relacionados con el "buen pastor" tienen sus raíces en la era de Aries, que se extendió aproximadamente entre el 2.000 antes de nuestra Era y el siglo I. La figura del "buen pastor", que se asocia con la imagen de un líder o guía benevolente que cuida de su rebaño de ovejas y cabras, tiene fuertes vínculos con las características del signo de Aries, asociado con el liderazgo, la obediencia y la protección.
Es así como, haciendo uso de la astrolatría, todas las grandes civilizaciones del pasado corporizaron los movimientos astronómicos en mitos muy bien elaborados y estructurados.
Y otro ejemplo muy interesante es lo acontecido con el 24 de diciembre, una fecha sagrada alrededor del mundo en la que nacieron muchos Dioses, pero; ¿Por qué?
Resulta que del solsticio de verano al solsticio de invierno; los días se van acortando, y en consiguiente, son cada vez más fríos y oscuros a medida que se acerca el invierno, lo que en términos simbólicos podría interpretarse como la muerte del Sol.
Para el 22 de diciembre, la muerte del gran astro ya era total, ya que después de haberse movido continuamente por 6 meses, se estaciona en el lugar más bajo y lejano del cielo, dando la impresión de que desaparece por un total de tres días.
Para la madrugada del 25 de diciembre el Sol "renace" al moverse 1 grado hacia el norte, lo que anuncia paulatinamente días más largos y calientes.
Dicho en términos simples, pareciera ser que el Sol muere o desaparece poco antes del solsticio para luego renacer en la madrugada del 25 de diciembre.
Y por si fuera poco, todo este proceso se encuentra acompañado simultáneamente por otros fenómenos astrológicos, ya que en las mismas fechas Sirio se transforma con creces en la estrella más brillante de nuestro firmamento, y en la noche del 24 de diciembre, Sirio, en total plenitud, se alinea a la perfección con las tres estrellas del Cinturón de Orión, y en conjunto, las cuatro apuntan hacia el lugar en donde el Sol tendría que "renacer" a comienzos del 25 de diciembre.
Por lo tanto, las culturas que fueron testigos de dicho evento astronómico interpretaron esta fecha de manera religiosa, divinizando a los cuerpos celestes que se vieron involucrados en todo el proceso. Por ejemplo, Dioses antiguos como Mitra o el Sol Invictus se conciben a partir de este fenómeno, al igual que otros Dioses Solares.
De allí que todos estas figuras religiosas hayan nacido entre el 24 y el 25 de diciembre, tal como aseguraron los cristianos con el caso de Jesucristo, que no es más que una deidad solar al igual que Mitra.
Los antiguos nórdicos, en la misma fecha, celebraban la fiesta de Yule y el nacimiento del Dios Frey, los chinos el Dongzhi, los zoroástricos el Shab-e Yalda; y los romanos las Saturnales (nuevamente Saturno aparece en juego).
Ahora, es interesante observar lo que sucede con el caso del cristianismo si lo decodificamos desde el punto de vista astrológico, pues a pesar de que el Nuevo Testamento no menciona una fecha exacta para el nacimiento de Jesús, sí podemos inferir que ocurrió un 24 de diciembre, ya que la conexión de este suceso con diferentes eventos astronómicos sugiere que los relatos bíblicos estuvieron influenciados por la astrolatría.
Y es que el cristianismo simplemente adaptó y reinterpretó estos simbolismos de manera minuciosa, construyendo la imagen de Jesús de la mano con la transición hacia la siguiente Era. O como se suele decir: un Dios para cada Era.
Analicemos la situación.
La Biblia nos dice que Jesús nació en Belén, y que durante esa noche apareció una estrella brillante en el firmamento para señalar el lugar en donde María, la Virgen, daría a luz. Dicha estrella fue vista por tres reyes magos que se encontraban en tierras lejanas, e, interpretándola como una señal divina, decidieron seguirla hasta llegar a Belén.
Como el lector probablemente haya intuido, la Estrella de Belén podría identificarse con la Estrella de Sirio, y los tres reyes magos equivalen a las tres estrellas del Cinturón de Orión. A su vez, la ciudad de Belén simboliza la región del firmamento en donde se alzaría el Sol al amanecer del día 25, trayendo consigo la esperanza de un nuevo comienzo y de una nueva era. Y que los tres reyes magos hayan seguido a la Estrella de Belén desde tierras lejanas puede interpretarse como una metáfora de la alineación astronómica que señala exactamente el lugar en donde el Sol nacería.
Por si fuera poco, si profundizamos todavía más en la historia bíblica descubriremos otros datos importantísimos que demuestran la conexión del cristianismo con la astrolatría. Por ejemplo, "Belén" proviene del hebreo "Bet Leẖem" o "בֵּית לֶחֶם", que significa literalmente "Casa de Pan". De igual modo, se nos dice que Jesús nació de una mujer virgen: María.
Ninguno de estos dos datos se debió a meras coincidencias o casualidades, pues la Virgen María es en realidad la personificación de la Constelación de Virgo, que, por cierto y disculpando la obviedad, se traduce como "virgen". De hecho, en hebreo dicha constelación es conocida como "Betulah" (בְּתוּלָה), que significa exactamente lo mismo: "virgen".
Y la Constelación de Virgo se ilustra a través de una mujer que sostiene una espiga de trigo en sus manos. ¿Por qué? Porque cuando el Sol se ponía en la Constelación de Virgo, se daban por iniciado los períodos de cosechas y trabajos agrícolas.
Por lo tanto, la imagen de una mujer con una espiga de trigo en sus manos es una representación natural de la conexión entre la mujer (como dadora de vida) y la cosecha, que es un acto de vida y renovación. ¿Y dónde nació Jesús? En Belén, la Casa de Pan. ¿De quién? De una virgen. La Virgen María es nada más y nada menos que la Constelación de Virgo.
Los egipcios por ejemplo, cultivaban trigo cuando el sol se posaba en Virgo. Los griegos representaron esta constelación a través de diferentes diosas vírgenes, entre ellas Artemisa: arquetipo universal de la fertilidad, la cosecha y la energía femenina de la naturaleza (ella era virgen al igual que María). También se representó por medio de Astraea, la Diosa virgen patrona de la pureza y la justicia. En los tiempos de la Antigua Sumeria, la constelación de Virgo se llamaba "ABSIN", un epíteto de la Diosa Šala, la virgen del cultivo y la fertilidad, quien llevaba consigo dos gavillas de trigo.
Esto nos demuestra que a lo largo de la historia, la Constelación de Virgo siempre ha sido alegóricamente representada por Diosas vírgenes, quienes brindaban tierras fértiles y buenas cosechas, sobre todo en diciembre.
Pero esto, nuevamente, no termina aquí, porque los cristianos no celebran la resurrección de Jesús, es decir, del Sol, hasta después del equinoccio de primavera, porque recién allí el día es más largo que la noche, siendo oficialmente la derrota de la oscuridad ante el Sol o nuevo mesías, por ende; su resurrección. ¿Saben que evento cristiano acontece en tal fecha? La Pascua de Resurrección.
Con todo esto, por más que varios movimientos o ramas cristianas quieran negarlo, la imagen de Jesús efectivamente se concibe a través de estos fenómenos astronómicos, y en consiguiente, se podría decir que, como Dios Solar, Jesús nace entre el 24 y el 25 de diciembre aunque la Biblia no lo cite de forma explícita.
Y casos similares podemos encontrarlos a lo largo y ancho de todo el planeta.
Entonces: ¿Podría alguien concluir que las religiones son un fraude? Sí, y no.
Sí, porque sus Dioses no son viejos de barba blanca que viven en las nubes y que leen nuestros pensamientos, y No, porque, como ya vimos, los planetas y cuerpos celestes en general tiene una vibración que puede afectar en nuestra vida cotidiana, por lo que detrás de cada relato religioso o culto astrológico se esconden fuerzas superiores que interactúan en el mundo. Y así, entendiendo que Jesús o Mitra son personificaciones del Sol, podrían generar "milagros" o conceder favores. Lo mismo Zeus, Marte, la Luna.
Es por esto que el término "mitología" es incorrecto. No podemos decir que la antigua religión griega, celta, babilónica o inca son meras mitologías o fraudes por haber sido erradicadas o reemplazadas a día de hoy. Muy por el contrario, todas estas religiones siguen vivas y siempre lo estarán, y todas pueden obrar milagros si se practican de la forma correcta, pues muchas de ellas, en el fondo ilustran el movimiento de los cuerpos celestes y sus respectivas influencias, tal como el cristianismo. Entonces, venerar a Thor, a Afrodita o a Osiris es casi como estar venerando a una entidad planetaria que sigue viva, y que lo seguirá estando hasta el fin de los tiempos, como explica el hinduismo con sus ciclos de muerte y renacimiento.
Ya para concluir esta acotación, cabe mencionar que dentro de las religiones también existen seres que podríamos catalogar de "sobrenaturales", es decir; no todos los Dioses o Figuras Sagradas son necesariamente planetas o cuerpos celestes, ya que dependerá del caso en cuestión.
Entonces, entendiendo que la astrolatría tiene contundentes cargas en las culturas del mundo, Saturno, el planeta anillado, el segundo sol, fue visto como un canal de poderosas frecuencias que afectan tanto la existencia humana como el destino colectivo.
En muchos mitos y tradiciones, Saturno representa el tiempo, la sabiduría y el orden cósmico, pero también la destrucción y la renovación, un principio similar al ciclo solar de muerte y resurrección que observamos en las estaciones y las celebraciones religiosas. Como un planeta que se encuentra en los límites del sistema solar visible a simple vista, Saturno ha sido interpretado no solo como una figura astronómica, sino como un agente cósmico que transmite frecuencias que estructuran el tiempo, el destino y la armonía del universo.
Anteriormente dije que todos los planetas pueden tener un lado positivo o negativo, de allí que por ejemplo los Dioses tiendan a ser retratados de forma caprichosa en los antiguos relatos y textos.
¿Cuál es la parte negativa de Saturno? Saturno está vinculado con restricciones, limitaciones, barreras, obstáculos, desafíos y retribución kármica.
Esto quedará aún más claro si lo estudiamos desde la perspectiva hindú, que es una religión con un complejo y bien detallado panteón astrológico.
Como fue dicho, aquí Saturno es conocido como Shani, y se le representa como un juez kármico muy severo y estricto que puede conferir bendiciones y pérdidas por igual, pues los antiguos profetas y videntes de la India descubrieron que la energía de Saturno puede traer ciertos obstáculos de acuerdo a su posición astronómica.
En el sistema indio se explica que Shani o Saturno intensifica tanto lo bueno como lo malo de nuestras vidas, junto con tener una fuerte e intensa influencia en la carta astral de cada persona. Esto ocurre gracias a la enorme cantidad de tiempo que dicho planeta demora en completar un ciclo zodiacal: casi 30 años (permaneciendo cerca de 2 años y medio en cada uno). Esto quiere decir que gran parte de nuestra vida se verá influenciada por la acción de Saturno.
Es por todo esto que los antiguos reyes, e incluso nuestros líderes modernos, se encuentren tan ensimismados con la figura de Saturno; el regente del tiempo y de las tribulaciones.
Al entenderlo, estas personas esperan obtener una suerte de ventaja cósmica para poder anticipar las pruebas que se avecinan y ganar control sobre las circunstancias, y por supuesto, potenciar el período posterior de buena suerte y fortuna.
Por ejemplo, los romanos estaban verdaderamente obsesionados con Saturno, y de hecho bautizaron con el nombre de "Mons Saturnius", es decir, "Monte de Saturno", a una de las colinas en donde se fundó Roma. Y obviamente, justo al lado del gran Foro Romano, epicentro de la política nacional, se hallaba erigido el Templo de Saturno. En la región de Lacio, los romanos rendían culto a Saturno de forma especial, pues se creía que de Él provinieron las leyes, la sabiduría, la escritura y el arte de gobernar. Y en su veneración por Saturno, los romanos le dedicaron un día sagrado: el sábado o "Sāturnī diēs", que etimológicamente significa "Día de Saturno", y esto queda más claro en idiomas como el inglés, en donde dicho día significa literalmente lo mismo: Saturday = Día de Saturno.
Así iremos viendo que la influencia de Saturno en Roma estaba fuertemente asociada con la estructura política, la organización del Estado y la disciplina. Muchos de los más grandes emperadores de Roma veneraban a Saturno con pasión, como Julio César, Augusto, Tiberio, Carus, Aureliano y Diocleciano.
En la Antigua Mesopotamia, Saturno era venerado bajo el nombre de "Ninurta", Patrón de la guerra, el orden, la política y las cosechas. Como tal, este Dios solía ser invocado en tiempos de conflicto para asegurar victorias, defenderse de enemigos y liderar la milicia, y como Patrón de la agricultura se le veneraba para influir directamente en la fertilidad de la tierra y garantizar la prosperidad de las cosechas.
De Saturno los líderes obtenían imponencia, control, autoridad, legitimidad y dominio, así como la anticipación de las problemáticas.
Y el hombre común, el hombre a pie como tú y como yo, podría obtener lo mismo, pero a menor escala, ya que el culto a Saturno estaba más organizado y estructurado en las altas élites, tal como ocurre a día de hoy, pues así como Saturno puede entregarnos recompensas, también debe recibir algo a cambio...
La relación de Saturno con la autoridad y el gobierno quedó tan profundamente marcada en la antigüedad, que los mitos griegos narran alegóricamente que Cronos, el equivalente de Saturno, devoró a sus propios hijos para evitar que estos le arrebataran su trono. Así mismo, los líderes mundiales buscan mantenerse aferrados al poder, algo que Saturno puede concebir.
Por lo tanto, para un líder o una figura de poder, la adoración de Saturno se convierte en una herramienta esencial para mantener un control absoluto sobre los demás y asegurar su posición. Y el viejo relato de Saturno devorando a sus propios hijos, no es más que una metáfora para reflejar la forma en que Saturno puede garantizar la continuidad y la estabilidad en el poder, consumiendo o aniquilando al mismo tiempo las amenazas que podrían darle un relevo.
Como ya dije al comienzo del artículo, en tiempos remotos Saturno brillaba en los cielos con una intensidad casi tan fuerte como la del propio Sol, y en la noche, a diferencia del segundo, continuaba siendo perfectamente visible, irradiando su luz. No por nada los antiguos mesopotámicos le llamaban Šamše u-mi, o Sol de la Noche.
Sin embargo, con el paso de los siglos Saturno fue perdiendo su intensidad luminosa en el firmamento, desapareciendo gradualmente del ojo humano.
Este cambio astronómico no pasó desapercibido para las civilizaciones que, en busca de nuevas explicaciones y formas de poder, comenzaron a reorientar sus creencias religiosas.
Así, Saturno fue gradualmente olvidado y desplazado por nuevos cultos y Dioses que terminaron tomando su lugar. En la religión griega, por ejemplo, Zeus derroca a Saturno (Cronos) y pone fin a su reinado, lo que se traduce como el final de la era saturnina y el comienzo de un nuevo paradigma cósmico en donde los Dioses Solares terminan asumiendo un rol predominante, haciendo que Saturno desaparezca de los cultos tal como desapareció de los cielos. Incluso, Saturno fue desplazado en la propia Roma, en donde era frenéticamente venerado en sus inicios como Dios nacional.
Sin embargo, en las regiones nórdicas de Europa, el culto a Saturno persistió bajo la veneración del Sol Negro.
Este nombre hace referencia directa a la desaparición del planeta Saturno de los cielos y el recuerdo de que alguna vez fue un segundo Sol, aunque ahora apagado.
Los vikingos y otras tribus germánicas asociaron al Sol Negro con la magia rúnica y los saberes secretos. Este vínculo no solo abarcaba el conocimiento profundo de la naturaleza y del cosmos, sino que también las fuerzas espirituales y arcanas que regían el universo, a menudo accesibles solo para aquellos que eran iniciados en los misterios de las antiguas enseñanzas.
A medida que el Sol Negro tomaba fuerza en las creencias nórdicas, su esencia fue personificada y mitificada en la figura de Wotán u Odín, la máxima divinidad del panteón nórdico, quien era venerado como Dios del tiempo, de la muerte, de la magia, de la sabiduría oculta, de la transformación, de la revelación y de las runas.
Al igual que Saturno, Odín tiene el control sobre los destinos, el tiempo y las fuerzas invisibles del universo. Además, su relación con las runas, es decir, con aquel canal físico que le permite a los seres humanos contactar con fuerzas superiores, es visto como el vehículo de comunicación directa con lo divino y lo mundano.
Recordemos que en la religión nórdica se narra que Odín soportó un martirio voluntario con tal de poder tener acceso a las runas, colgándose por nueve días y nueve noches al Yggdrasil. De manera similar se narra que el propio Odín se sacó un ojo para poder beber de las aguas del conocimiento (nuevamente: dar y recibir).
Y el Sol Negro precisamente evocaba una fuerza cósmica oculta, poderosa y primordial que ya no se hallaba visible ante los ojos humanos, pero que seguía influyendo profundamente en el orden del universo y en el destino de los seres vivos.
Es por ello que los nazis quisieron revivir la religión de sus antepasados y poder canalizar la fuerza de Wotán, de Saturno, del Sol Negro.
Este regreso al paganismo nórdico no solo se vinculaba con la idea de un renacimiento espiritual en la que el pueblo germánico regresaría a sus raíces ancestrales, sino también con la creencia de poder acceder a un poder oculto y primordial.
Existe evidencia de sobra para atestiguar el profundo interés de Hitler y del Partido Nazi en general con respecto a temas esotéricos y místicos.
Por ejemplo, Hitler creó y financió sus propias organizaciones ocultistas, como la Sociedad de Thule, la Sociedad Vril, y la Ahnenerbe, las cuales llevaban a cabo diferentes programas de investigación parasicológica y esotérica, además de centrarse en la promoción y reactivación de las antiguas religiones nórdicas. También es sabido que en las filas de Hitler se encontraban médiums, videntes, espiritistas y astrólogos, como Otto Rahn, Karl Ernst Krafft, Rudolf von Sebottendorf, Savitri Devi, entre muchos más, así como intelectuales que se encargaron de predicar el esoterismo nazi alrededor del mundo, como es el caso de Miguel Serrano.
Incluso, la propia esvástica, el símbolo nazi, es tomado de la religión hindú.
¿Pero... por qué?
Esto no solo provocó un sentimiento de nacionalismo, sino que también de intereses religiosos y espirituales, pues, dado que los antiguos arios fueron precursores del hinduismo, los alemanes comenzaron a interesarse en ésta y otras religiones de oriente, como el budismo.
"La esvástica representa la lucha por la victoria del hombre ario”
Y una vez entendiendo todo lo anterior podemos estar listos para afirmar que Saturno es en realidad Yahvé o Alá, y que su culto solo cambió de nombre. De allí que las religiones abrahámicas prohíban tajantemente la astrología, pues si todos la estudiásemos se descubriría la verdad.
Como dijimos anteriormente, el día sagrado de Saturno era el sábado, originalmente Sāturnī diēs. En el judaísmo se expresa lo mismo: el día sagrado de Yahvé es el sábado.
En la biblia se establece que un devoto de Yahvé debe guardar reposo durante dicho día, razón por la que en hebreo el sábado se conoce como "Shabbat" (שַׁבָּת), que significa "Día de Descanso".
Ahora, la palabra Shabbat se vincula etimológicamente con el propio nombre de este planeta en dicha región, pues Saturno en hebreo es "Shabtai" (שַׁבְּתַאי), que significa "El Que Descansa" debido a su movimiento elíptico, que es más pausado en los cielos a diferencia de otros planetas.
De manera similar, Yahvé o Alá, en la tradición bíblica, es el encargado de impartir leyes, como los Diez Mandamientos junto con otras reglas y restricciones que los devotos deben seguir, reflejando así una autoridad y una disciplina muy estricta que a futuro será recompensada, similar a lo que ocurre con Saturno.
Por si fuera poco, Yahvé suele ser descrito como un Dios terrible, violento y caprichoso cuyas acciones a veces podrían ser hasta tiránicas. Pero en otros pasajes se le describe como un Dios benévolo, amable y amoroso. Este contraste es exactamente el mismo con el que fue descrito Saturno, quien a veces puede ser violento y tiránico, pero en otras ocasiones, amable y cariñoso. Recordemos el Sade Sati; un período de tribulaciones y recompensas.
Básicamente, el carácter ambivalente de ambos —Yahvé y Saturno— se manifiesta en su capacidad para ser despiadados y terribles en un momento y, al siguiente, mostrar benevolencia y generosidad.
En el islam existe otro vínculo interesante que refuerza la relación entre ambos Dioses y el origen común de estos cultos: la veneración de la Kaaba y el cubo sagrado.
La Kaaba es una piedra negra ubicada en el centro de la mezquita de Al-Masjid al-Haram en La Meca, Arabia Saudita, siendo el sitio más sagrado para los musulmanes.
Según la tradición islámica, esta piedra negra le fue entregada en tiempos antiguos al profeta Ibrahim por parte del ángel Gabriel como un vínculo divino entre Alá y los hombres. Al mismo tiempo, la piedra negra se encuentra resguardada bajo una gran estructura negra en forma de cubo.
Este cubo es central en las prácticas religiosas musulmanas, ya que es el objetivo de la peregrinación y el lugar de oración más importante para los musulmanes.
El cubo tiene una conexión simbólica con Saturno debido a su forma, que es vista en muchas culturas antiguas como un símbolo de la "caja cósmica" o el "centro del mundo". Saturno, en muchas culturas preexistentes al islam, estaba vinculado con el concepto de "el centro", el eje del mundo, el punto de conexión entre el cielo y la tierra. El cubo, por lo tanto, puede verse como una representación material de esa misma energía, ya que su forma está asociada con la estructura cósmica del universo y con la estabilización del orden. Además, en tiempos preislámicos, la piedra negra venerada en la Kaaba ya tenía una larga historia de culto, y algunos estudiosos sugieren que esta piedra también tenía vínculos con Saturno como un objeto de poder cósmico, similar a cómo otras culturas veneraban objetos astrológicos relacionados con los planetas.
Históricamente Saturno, además de la hoz y el reloj de arena, siempre ha estado relacionado con cubos y cuadrados, que representan estabilidad, rigidez y estructura. A diferencia de formas como el círculo (que simboliza la fluidez, el infinito y la expansión), el cuadrado y el cubo son figuras geométricas que implican límites estrictos y una estructura cerrada, que es precisamente lo que Saturno representa.
Esta figura también la vemos varias veces dispersa en el judaísmo, religión que utiliza un extraño cubo negro llamado "tefilín", y la propia Estrella de David se vincula con viejos hexagramas y cubos que ya eran usados por otros pueblos anteriores al hebreo. E incluso, los más críticos dirán que la Estrella de David es un símbolo apropiado que jamás se menciona en las escrituras hebreas.
Ahora lo llamativo es que las observaciones científicas modernas han descubierto que en el polo norte del planeta Saturno existe un cubo perfectamente hexagonal, al igual que el cubo islámico y los hexagramas judíos.
Esto es sencillamente increíble.
El hecho de que el hexagrama o Estrella de David esté presente en diversas culturas del mundo, es también prueba de que en sus cimientos, varias religiones estuvieron adorando simultáneamente a la misma entidad: Saturno.
No es casual que Saturno haya sido una de las divinidades más temidas y reverenciadas por las culturas antiguas. Desde las saturnales romanas —festividades que combinaban excesos, inversión de roles sociales, orgias desenfrenadas y sacrificios rituales— hasta los mitos cananeos y fenicios en torno a El y Baal, el patrón que se repite es el del dios oscuro, denso, que exige ofrendas reales, tangibles, no sólo palabras vacías. Este dios no se alimenta de rezos: se alimenta de acción, de energía vital, de poder real canalizado a través del rito.
Así, con el paso de los siglos, este culto se fue bifurcando en dos corrientes: una exotérica y otra esotérica. La primera, dirigida a las masas, se limitó a transformar a Saturno en una figura simbólica, moralizada, antropomorfizada. Este es el "Dios bueno" que exige paciencia y promesas de una recompensa postmortem. Pero la segunda, más secreta, reservada para las élites iniciadas, preservó la esencia real de Saturno como entidad energética, activa y exigente, que sólo responde a los que conocen su verdadero lenguaje: el ritual, el sacrificio, el control del cuerpo y de la voluntad.
Es por eso que las élites del mundo —ya sean políticas, religiosas, económicas o mediáticas— parecen operar bajo un código distinto. Escándalos como el de Jeffrey Epstein, Diddy, los abusos sistemáticos en instituciones religiosas, las redes de tráfico humano y prostitución de alto perfil, los oscuros rituales asociados al Bohemian Grove o incluso los símbolos saturninos visibles en logotipos, arquitectura y liturgias “ocultas” del Vaticano, no son incidentes aleatorios. Son manifestaciones modernas del antiguo culto a Saturno, camufladas bajo el barniz de la legalidad y la apariencia. Detrás de la fachada, estas élites ejecutan los ritos que creen les otorgan acceso al poder real, y no temen traspasar límites morales, porque conocen una verdad que al pueblo se le oculta: no hay cielo ni infierno. Hay energía, hay magnetismo, hay intercambio.
Mientras tanto, al ciudadano común se le exige conformismo, ceguera, pasividad. Se le educa para creer que su espiritualidad debe ser silenciosa, obediente, sin preguntas. Las religiones organizadas han sido el perfecto filtro para esta operación: predican un dios de luz, pero sus estructuras son templos oscuros. Y el Vaticano lo sabe. Lo han sabido siempre. Las túnicas blancas ocultan pactos oscuros; la cruz encubre el hexágono saturnino. En definitiva, Yahvé o Alá —como representaciones religiosas del poder supremo— no son más que máscaras del mismo arquetipo: Saturno, el dios del orden, del límite, del sacrificio. Y su culto sigue vivo. Pero está dividido: unos lo adoran sin saberlo, otros lo sirven sabiendo exactamente lo que hacen. Esa es la gran diferencia. Esa es la gran injusticia espiritual de nuestro tiempo.