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sábado, 21 de septiembre de 2024

Cosmología Gnóstica: El Uno, los Eones, Yaldabaoth, los Arcontes y la realidad ilusoria del mundo


El Gnosticismo es una antigua religión y corriente filosófica que tiene sus orígenes en los tiempos helénicos. Y si bien es cierto que ganó mayor reconocimiento durante la era cristiana, en realidad se trata de una corriente mucho más antigua y mística de la que todos creemos.

A grandes rasgos podemos decir que el Gnosticismo tuvo dos grandes etapas de desarrollo:


1. La primera se remonta a los inicios de la Grecia Clásica, siendo un movimiento espiritual que estuvo muy arraigado a las enseñanzas de Platón, de Pitágoras, y también, de los cultos en torno a la imagen de Orfeo, incorporando una serie de elementos místicos que fueron muy estudiados en aquel minuto. De igual modo, el Gnosticismo temprano tuvo fuertes influencias de corrientes extranjeras, principalmente derivadas de la India.

2. La segunda etapa tuvo su apogeo y desarrollo durante los primeros siglos de la era cristiana, esta vez, centrando sus enseñanzas en la reinterpretación del Nuevo Testamento, y utilizando la imagen de Jesús para personificar las creencias y cosmovisiones que se venían practicando desde la Grecia Clásica. Como tal, el Gnosticismo terminó siendo prohibido y aplacado por la Iglesia Católica, pues sus pilares se alejaban de las teorías y enseñanzas del cristianismo ortodoxo. 


Sumando y restando lo que el Gnosticismo pregonó en ambas etapas, se explica que antes de que el universo material existiese, moraba una entidad todopoderosa y primigenia al que llamaron "Uno", que es la fuente de todo. 

El Uno es trascendental, incognoscible y perfecto, y por ende, está más allá de cualquier descripción o comprensión humana. De hecho, El Uno tiene tal nivel de pureza y armonía que se encuentra rodeado de un plano perfecto en donde no existe el dolor, la muerte ni el sufrimiento. Algo así como el "paraíso" pregonado por muchas religiones del mundo.

De esta fuente primigenia y absoluta emergieron, bajo su voluntad y deseo, los "Eones", que son ramificaciones de su propio poder. 

Estos Eones se manifiestan en pares complementarios que personifican virtudes y cualidades, las cuales, en conjunto, sostienen un sistema de interconexiones que forman el Pléroma, el reino de la luz.

Sin embargo, en un punto dado del cosmos primigenio, uno de los Eones, tentado a experimentar con su propio poder creativo, huyó del Pléroma. Este Eón fue Sofía, quien, impulsada por su anhelo de conocimiento, decidió explorar lo desconocido más allá de los límites del reino sagrado.

La decisión de Sofía de aventurarse fuera de este entorno perfecto tuvo consecuencias devastadoras. Al actuar sin el consentimiento del Uno y de los demás Eones, su acción desencadenó una serie de eventos que culminaron en la creación de "Yaldabaoth" o "El Demiurgo", una criatura independiente, colérica, arrogante, rebelde y sanguinaria.

Yaldabaoth creó y engañó a la humanidad con el objetivo de autoproclamarse como el Dios supremo, exigiendo veneración absoluta y toda clase de sacrificios. Además, sus mentiras dieron origen a muchas religiones del mundo antiguo que todavía persisten en la actualidad. Algunos le llamaron Jehová o Yahvé, otros Júpiter, Él, Moloch o Alá, pero en estricto rigor, se trata de un Dios falso que tiene como objetivo mantener a la humanidad en un constante estado de ignorancia y sumisión, impidiendo que podamos reconectar con nuestra fuente divina y trascender de este plano.

En la presente publicación conoceremos la cosmogonía del Gnosticismo a fondo, así como el papel de Yaldabaoth y de los Arcontes: sus secuaces. 



Como mencioné anteriormente, antes de que existiera el tiempo y la materia, El Uno, también conocido como El Padre, representaba una unidad primordial que contenía en su interior la infinita potencialidad de toda creación. 

Esta esencia indivisible, pura y trascendental, abarcaba todas las posibilidades del cosmos, de las cuales emergieron los múltiples aspectos de la realidad. 

En su unidad radica el origen de todo lo que es, recordándonos que la diversidad del universo surge de una única fuente divina.

Esto mismo ya se explicaba siglos antes en la India, pues aquí tenemos el concepto de "Brahman", descrito por los antiguos santos y yoguis hindúes como el Principio Universal Supremo.

Un día, el Uno decidió explorar su poder creativo, y de Él emanó una jerarquía espiritual de seres o dioses menores que crearían y mantendrían el tejido del cosmos primigenio: los Eones. 

En sí, cada Eón es un aspecto o personalidad del Uno, teniendo funciones y roles específicos y trabajando de manera complementaria.

Reitero: esto es lo mismo que explica la religión hindú, ya que de Brahman emanaron los muchos Dioses indios, como Vishnu, Shiva y Brahmā, teniendo cada uno de ellos un rol y un atributo definido en la configuración cósmica, pero todos emanando y perteneciendo a la misma fuente: Brahman. 

Este paralelismo es prueba de que el Gnosticismo tuvo influencias indias, y de hecho, tanto Platón como Pitágoras fueron estudiosos del pensamiento hindú, siendo los responsables de llevar este conocimiento desde Oriente a Occidente.

Los primeros Eones fueron creados en pareja, reflejando la dualidad intrínseca de la existencia. Cada pareja representaba una complementariedad, como la luz y la oscuridad, lo masculino y lo femenino, uniendo sus fuerzas para expandir el poder creativo del Uno. 

Esta unión no solo simbolizaba la armonía entre opuestos, sino que también generaba nuevas dimensiones de conciencia, dando lugar a una variedad de manifestaciones que enriquecerían el cosmos y que permitirían el desarrollo de la realidad tal como la conocemos.

Se sabe que hay varios Eones, pero los primeros y aquellos que tuvieron mayor relevancia en los inicios del cosmos, fueron Bythos, Sige, Nous, Aletheia, Logos, Zoe, Theletos, Sophrosyne, Paracletos, Elpis y Sofía.

Tras explorar su poder creativo, El Uno decidió instaurar el "Pléroma", el reino espiritual. 

Este espacio se convirtió en el hogar de todos los Eones, siendo un sitio en donde la luz y la sabiduría coexistían en perfecta armonía y en donde se gestaban las posibilidades infinitas de la creación. 

En el Pléroma, los Eones se unieron en un tejido de relaciones sutiles, colaborando en conjunto para sostener el cosmos y vibrando todos en la misma frecuencia. De allí que fuesen creados en parejas complementarias.

Con el paso del 'tiempo', si podemos utilizar la palabra 'tiempo' como una escala de medida pedagógica (pues estamos hablando de una era y de un espacio que existió mucho antes del tiempo material que nos rige), la armonía del Pléroma fue irrumpida por la curiosidad de un Eón que deseaba explorar lo límites de esta unidad sagrada. 

Más concretamente nos referimos a Sofía, que como bien indica su nombre, era la personificación absoluta del Uno en aspectos intelectuales. Recordemos que el nombre Sofía, en griego, significa "sabiduría", de allí que por ejemplo exista la palabra "filosofía", que se traduce como "amor por la sabiduría". 

Hambrienta de conocimiento y deseosa de explotar los atributos que le fueron dados, Sofía comenzó a pensar de forma independiente. Además, deseaba seguir el ejemplo de su Padre y transformarse en una entidad poderosa y creativa. 

Sin el consenso y el conocimiento del Uno ni del resto de los Eones, Sofía escapó del Pléroma y se dirigió al "Kenoma", el vacío; un espacio desprovisto de luz en donde podría experimentar con su poder sin ser descubierta.

Sin embargo, cabe decir que Sofía no actuó con malicia en su deseo de explorar y comprender, sino que su búsqueda de conocimiento reflejaba una curiosidad innata y un anhelo genuino por explotar sus atributos.

Y ese fue su error.

Al aventurarse sin el consenso de los demás Eones ni la guía del Uno, Sofía se separó de la armonía que caracteriza al reino divino. Este acto impulsivo de búsqueda individual, aunque noble en intención, condujo a la creación de realidades imperfectas y al desorden en el cosmos, impregnando al vacío de una fuerza caótica llamada "Achamoth", que es el antónimo preciso del Pléroma. 

Achamoth es una fuerza incontrolable que predispone a que todo aquello que se produzca en el vacío sea imperfecto. Esta esencia caótica, derivada de la separación de Sofía, actúa como un principio que corrompe y distorsiona la creación, impidiendo que se manifiesten las cualidades de orden inherentes al Pléroma.

Sofía continuó experimentando con sus poderes divinos, aunque imperfectos, hasta el punto de crear a una entidad poderosa, independiente e individual: Yaldabaoth

Este ser, a diferencia de los Eones, no estaba conectado con el Uno ni con la armonía del Pléroma, ya que fue gestado en el caos del vacío.

En este punto podemos suponer que Sofía tuvo miedo, sintiendo que sus experimentos se salieron de control. Como tal, envolvió a Yaldabaoth entre nubes y tinieblas para evitar que fuese accidentalmente descubierto por el Uno y los otros Eones. 

Cuando Yaldabaoth empezó a ganar conciencia de sí mismo y abre los ojos por primera vez, se encuentra solo ante el vacío primordial, y al no ver la presencia de ninguna otra criatura, pues tampoco tiene referencias divinas ni conoce a los Eones o al Uno, llega a la conclusión de que no existe nadie más aparte de él. 

Esta percepción errónea lo lleva a considerarse un Dios todopoderoso, absoluto y supremo, y en consecuencia, comienza a explotar sus poderes, tal como hizo anteriormente Sofía. Y dado que todo el vacío estaba impregnado o contaminado con Achamoth, su obra fue igual de caótica e imperfecta. Y es por ello que se dice que Yaldabaoth es un ser grotesco mitad león y mitad reptil.

Yaldabaoth desató un caos cósmico sin precedentes, y con él nace el universo material, y con el paso del tiempo, las primeras civilizaciones humanas. De allí que Yaldabaoth sea conocido como "Demiurgo", que significa creador o hacedor.

Yaldabaoth se presentó ante los hombres como el único Dios verdadero, exigiendo veneración absoluta y prohibiendo cualquier otro culto o sistema de adoración. En su arrogancia y naturaleza hedonista, Yaldabaoth deseaba ser admirado por su misión demiúrgica. 

Y en efecto: él creía que no había nadie superior a él. 

Los hombres, seducidos y atemorizados por su poder y los milagros que Yaldabaoth podía realizar (porque en efecto se trata de una entidad poderosa, pese a su imperfección), comenzaron a adorarlo sin saber que estaban atrapados en un ciclo de ilusión permanente.

Este desorden no pasó desapercibido por El Uno, y aunque Él y los Eones se encuentran sumergidos en una labor creativa en otros planos de existencia, limitándose a no intervenir de forma directa en lo que ocurre fuera del Pléroma, deciden dotar el mundo material con una chispa divina que contrarreste las fuerzas de Achamoth y Yaldabaoth.

En el caso de los seres vivos, esta chispa divina fue el alma. El alma permite que los seres conscientes puedan reconectar con los mundos superiores, funcionando como un puente entre el caos del mundo material regido por Yaldabaoth, y la armonía del Pléroma.

A través del alma, los seres humanos y otros seres sensibles pueden experimentar la búsqueda de conocimiento, y así, tener la capacidad de trascender la limitada existencia impuesta por el Demiurgo, incluso después de la muerte física. 

El alma es la chispa divina que ofrece la posibilidad de despertar y buscar la redención, recordándole al ser humano su verdadera naturaleza y su unidad con el Padre.

Cuanto más conocimiento (gnosis) y prácticas espirituales pongamos en marcha, más cerca estaremos de conocer al Uno y de retornar al Pléroma, escapando así del mundo material creado por el Demiurgo, que está plagado de muerte, odio, violencia, enfermedades, dolor, vicios y placeres efímeros que sólo conducen al sufrimiento.

En el hinduismo, el acto de trascender la vida mundana y alcanzar un estado de perfección en mundos superiores, se conoce como "moksha", que significa "liberación". 

Con el paso del tiempo los hombres fueron descubriendo esta chispa divina, y comenzaron a cuestionar al Demiurgo.

En consiguiente, aceptaron la idea de que el mundo material era un velo impuesto por Yaldabaoth en su afán por esclavizarlos y alejarlos del verdadero conocimiento. 

Además, en aquellos tiempos, es decir, en la "Edad de Oro" (también llamado "Satya Yuga" o "Era de la Verdad" en los textos indios), los hombres tenían mayor facilidad para reconectar con su esencia divina y trascender el plano material, lo que alarmó al Demiurgo: sus ovejas se estaban escapando. Y para peor: se iban con otros Dioses.

Y fue aquí cuando Yaldabaoth descubrió precisamente que existían seres divinos superiores a él, y que en realidad, su estatus como "Dios" era totalmente cuestionable.

De hecho, el Demiurgo también sintió que había vivido una farsa, porque ni siquiera él mismo sabía sobre la existencia del Uno o de los Eones. 

Recordemos que cuando Yaldabaoth abrió los ojos por primera vez, se vio sólo ante la inmensidad del vacío, asumiendo que era el origen y la fuente de todo.

Esta revelación sacudió sus cimientos, ya que toda su existencia se había basado en la falsa creencia de omnipotencia.

En su desesperación por mantener su estatus como el único Dios verdadero, Yaldabaoth creó engaños y falsas religiones para desviar a los hombres en la búsqueda de la gnosis y la liberación, endureciendo su dominio, imponiendo leyes rígidas y aplicando castigos severos para quienes se desviaran de sus órdenes.

Básicamente, determinado en consolidar su dominio en el mundo material, el Demiurgo se impuso la tarea de suprimir y obstaculizar cualquier conexión entre los seres humanos y el Pléroma. Y para llevar a cabo sus objetivos de manera contundente, el Demiurgo crea a los Arcontes, sus subordinados.

Los Arcontes trabajan para impedir que los seres humanos accedan a la gnosis o a la trascendencia, y así, evitar que escapemos de su dominio.

Los Arcontes actúan como barreras que limitan el acceso a la sabiduría y a la conexión espiritual, influyendo en la vida humana a través de la manipulación y el control. Su presencia se percibe en la forma de gobernantes tiránicos, de sistemas opresivos y de estructuras sociales que refuerzan el orden material. 

Y de hecho, el amor por lo material fue su mejor carta, ya que el Demiurgo, consciente de las debilidades humanas, utilizó el apego a lo mundano como un medio para mantener el control. 

Al ofrecer placeres, posesiones y un sentido de seguridad en el mundo material, logró desviar la atención de los hombres de su búsqueda espiritual y de la conexión con lo divino. Este amor por lo efímero se convirtió en una trampa que los mantenía atados al ciclo del sufrimiento e ignorancia, dificultando nuestro camino hacia la gnosis y la liberación. 

Así, los humanos, en su anhelo por lo tangible, se alejaron de la verdad, perpetuando el dominio del Demiurgo y sus Arcontes.

Cada acto de violencia, cada sentimiento de codicia o deseo material nos aleja más de nuestra chispa divina, manteniéndonos enredados en la rueda de la ignorancia, o en el hinduismo: "Saṃsāra", que se traduce como el ciclo eterno de muertes y renacimientos.

Y de hecho, la reencarnación fue uno de los dones que el Uno le dejó a la humanidad. 

A través de la reencarnación, las almas tienen la oportunidad de aprender, crecer y corregir sus errores, avanzando progresivamente hacia una comprensión más profunda de su verdadera naturaleza. 

La reencarnación permite que, aunque atrapados en el mundo material, los seres humanos puedan acercarse cada vez más a la gnosis, el conocimiento espiritual que los guiará de regreso al Pléroma.

En cada vida, el alma enfrenta pruebas y desafíos que le ofrecen la posibilidad de evolucionar, de liberarse de las influencias de los Arcontes y de las ataduras del materialismo. 

Si bien el camino es arduo y está lleno de obstáculos, la reencarnación es una muestra de la misericordia del Uno, una segunda oportunidad para cada ser de purificar su alma, trascender la ignorancia y finalmente regresar a la unidad primordial, huyendo de las garras del Demiurgo.

En la Antigua Grecia, la reencarnación era pregonada por maestros como Platón y Pitágoras, y se conocía como "metempsicosis", un término que literalmente significa "el paso del alma". Esta creencia sostiene que el alma es inmortal y, después de la muerte del cuerpo físico, se traslada a otro, dando inicio a un nuevo ciclo de vida. 

La metempsicosis implica un proceso continuo de aprendizaje y evolución espiritual en donde cada existencia ofrece la oportunidad de alcanzar un mayor grado de entendimiento y pureza, reflejando la idea de que el alma está en un viaje constante hacia la liberación.

Estas mismas enseñanzas fueron pregonadas en la India con mucha anterioridad. De hecho, el término original para "reencarnación", del sánscrito, es "punarjanma", que significa "volver a nacer". 

Ya Krishna nos decía en el Bhagavad-gītā: 

"Jamás hubo tiempo alguno en que yo no existiera, ni tú, ni todos estos reyes; así como en el futuro ninguno de nosotros dejará de existir. Tal como el alma encarnada pasa continuamente en este cuerpo, de la niñez a la juventud, y luego de la juventud a la vejez; el alma pasa de manera similar a otro cuerpo al morir. Una persona sensata no se desconcierta ante tal cambio. [...] Nadie puede destruir a esa alma imperecedera".
"La aparición temporal de la felicidad y la aflicción, y su desaparición con el paso del tiempo, es como la aparición y desaparición de las estaciones de invierno y verano. Todo ello tiene su origen en la percepción de los sentidos, y uno debe aprender a tolerarlo sin perturbarse".
"El alma no mata ni puede ser asesinada. Para el alma no existe ni el nacimiento ni la muerte en ningún momento. El alma es innaciente, eterna, permanente, y primordial. No muere cuando muere el cuerpo". 

"Así como una persona se pone ropas nuevas, abandonando las viejas, el alma acepta de manera similar nuevos cuerpos materiales, abandonando los viejos e inútiles. El alma nunca puede ser cortada en pedazos por ningún arma, ni quemada por el fuego, ni humedecida por el agua, ni marchitada por el viento. [...] Sabiendo esto, no puedes afligirte por la muerte del cuerpo.".

"Aquel que ha nacido, es seguro que va a morir, y, después de morir, es seguro que volverá a nacer".


En el hinduismo también encontramos otro concepto muy importante: "Maya", que se traduce como "ilusión".

En efecto, el hombre se dio cuenta de que vivimos en una ilusión creada por el Demiurgo. Todas sus distracciones y placeres no son más que un velo para desviarnos de la verdadera gnosis.

Maya nos hace percibir el mundo material como algo permanente y definitivo, cuando en realidad es meramente transitorio. Una simple ilusión, como bien indica su nombre. 

De  hecho, es muy probable que de aquí haya nacido la inspiración para la famosa alegoría de la caverna de Platón. 

En esta alegoría, Platón nos cuenta que la humanidad se encuentra esclavizada y encadenada en el interior de una caverna. Aquí, los hombres únicamente tienen una concepción muy limitada de sus vidas y del mundo, creyendo que la caverna es el inicio y el fin de todo. Platón incluso nos revela que dentro de la caverna existen seres que manipulan a los prisioneros con sombras que se proyectan en una pared,  engañándolos para que crean que son reales.

Estos manipuladores, al controlar lo que los esclavos ven, sienten y creen, perpetúan su ignorancia y limitación, impidiendo que comprendan la verdadera naturaleza del mundo que les rodea.

Sin embargo, cuando uno de los prisioneros logra escapar y emerge al mundo exterior, se percata de que las sombras son meras ilusiones y que la verdadera realidad es infinitamente más rica y compleja.

Este proceso de salir de la caverna y descubrir la verdad, se puede comparar con la liberación del engaño del Demiurgo y la superación de Maya, en donde la búsqueda del conocimiento auténtico permite que las almas trasciendan de las limitaciones del mundo material.

En la famosa película "Matrix", que precisamente se encuentra influenciada por la caverna de Platón, y en consiguiente por maya, se explica lo mismo.

En Matrix, los seres humanos se encuentran atrapados en una sofisticada simulación diseñada por máquinas inteligentes que han tomado el control del mundo, haciendo que las personas perciban una realidad que les parece genuina y placentera, cuando realmente están siendo controlados y manipulados a cada segundo, tal como los esclavos que se encuentran al interior de la caverna de Platón. 

Al mantener a la humanidad en un estado de complacencia e ignorancia, las máquinas reducen la probabilidad de que los humanos se den cuenta de su situación y busquen formas de liberarse.

Morfeo, uno de los hombres que descubrió la verdad y que decide revelarse, le dice a Neo, el protagonista de la película, una frase más que certera:


“¿Qué es real? ¿Cómo defines lo real? Si estás hablando de lo que puedes sentir, lo que puedes oler, lo que puedes saborear y ver, entonces lo real son simplemente señales eléctricas interpretadas por tu cerebro.”


Esta afirmación subraya que lo que consideramos real puede estar determinado por la información sensorial que nuestro cerebro recibe y procesa, lo que sugiere que la realidad es, en gran medida, una construcción subjetiva, o, más precisamente, una ilusión (maya).

Esta perspectiva invita a cuestionar la naturaleza de nuestro mundo y a reconocer que nuestras experiencias pueden ser moldeadas por factores externos que limitan nuestra comprensión del mundo.

Morfeo implica que la realidad física es, en última instancia, un conjunto de señales eléctricas que generan experiencias en nuestra mente. Esta idea se alinea de manera exquisita con los conceptos filosóficos y religiosos tanto del gnosticismo como del hinduismo.

En este contexto, la realidad que experimentamos es considerada un velo que oculta la verdadera naturaleza del ser, que es Brahman, o El Uno, la realidad suprema e inmutable, y que todo lo restante es un velo impuesto por las máquinas, o en este caso, por Yaldabaoth y los Arcontes.

No por nada, en Matrix existen guardianes, como el agente Smith, que intentan frenar a los hombres rebeldes y despiertos, tentándolos con placeres mundanos para que olviden la idea de liberarse. 

Esta dinámica refleja el papel de los Arcontes en el gnosticismo, quienes también buscan impedir que los humanos accedan al conocimiento espiritual y a los planos superiores.

Al promover el apego hacia lo material y las emociones superficiales, los agentes de Matrix actúan como guardianes del sistema, y su intervención se convierte en un símbolo de las fuerzas que se oponen al despertar espiritual.

Incluso, algunos compañeros de Neo deciden abandonar la lucha, prefiriendo las comodidades y los placeres mundanos del mundo ilusorio, de maya, puesto que el camino hacia la liberación es arduo y complejo. 

Muchos no resisten las tentaciones de maya o lo de los arcontes.

Por otro lado: ¿Mencioné que las máquinas usan como alimento a los hombres? El gnosticismo nos dice que los Arcontes hacen lo mismo, pues ellos son subordinados al Demiurgo; y como tal, para poder subsistir y vanagloriarse de su poder necesitan alimento, y ese alimento lo consiguen a través de las emociones más densas del hombre: la envidia, el odio, la tristeza, la muerte, la violencia, la ambición, el materialismo, etc. 

Los Arcontes son responsables de perpetuar el desorden y la confusión en el mundo, buscando mantener a la humanidad en un estado de servidumbre y sumisión.

Al fomentar conflictos, guerras y divisiones, los Arcontes aseguran su propia supervivencia y poder, y su influencia, así como la del Demiurgo, se manifiesta en los dogmas religiosos y en los sistemas de control que impiden la exploración espiritual.

Lógicamente, todo lo propuesto por el gnosticismo fue prohibido y censurado por la iglesia cristiana, ya que el Demiurgo es una clara referencia al dios del Antiguo Testamento: Jehová o Yahvé. 

Ambos son vistos como figuras violentas, coléricas y arrogantes que exigen una completa y absoluta devoción. En el Antiguo Testamento son incontables las masacres y los genocidios efectuados por Jehová, a veces por capricho, a veces por venganza, y a veces por una mera sed de sangre, dejando ver entre líneas que Jehová, más que ser una criatura todopoderosa y amorosa, necesita de una fuente de alimento para subsistir, y que además busca limitar a los hombres a una veneración ciega y dogmática impulsada por el miedo.

¿Por qué Jehová se comporta como un vil dictador? ¿Por qué hace que sus devotos le adoren por miedo y bajo amenazas?  

Es muy probable que muchas de las religiones del mundo antiguo, salvo por unas pocas excepciones, también hayan sido contaminadas por la mano del Demiurgo y sus secuaces. No por nada encontramos paralelismos en muchas de ellas, y al fin de cuentas, no hay mucha diferencia entre Jehová, Zeus, Júpiter, Baal, Moloch, Enlil, Alá, Él, Saturno, Cronos, Set, entre otros, es decir, dioses totalitarios, coléricos, caprichosos, violentos, sanguinarios y amantes de la sangre y de los sacrificios. 

Esta dinámica se asemeja a la forma en que Yaldabaoth y los Arcontes intentan mantener la ignorancia y el caos en el mundo material para su propio beneficio, evitando la liberación del hombre.

Con esto damos por hecho de que muchas religiones nacieron como un instrumento para desviar y someter a la humanidad.

Pero vestigios de una enseñanza verdadera encontramos en muchas otras.

Por ejemplo, en la antigua religión egipcia, el Juicio de Osiris representa una noción fundamental de moralidad y trascendencia que resuena con ideas presentes en el gnosticismo y el hinduismo. 

Cuando una persona moría, los textos egipcios nos narran que su alma era llevada ante Osiris, el Dios de la muerte y la resurrección. En este juicio, se pesaba el corazón del difunto contra la pluma de Maat, que simboliza la verdad y la justicia. Si el corazón era más pesado que la pluma, indicaba que el difunto tuvo una vida de pecado y desvirtud, por lo que era condenado a la destrucción eterna. Sin embargo, si el corazón era más ligero, el alma era considerada digna y pura, ganándose el acceso al Campo de Juncos, un paraíso en donde disfrutaba de una existencia plena y eterna.

En la religión griega se nos narra que después de la muerte, las almas eran guiadas al Hades para enfrentar un juicio bajo la supervisión de tres jueces: Minos, Éaco y Radamantis. Aquellos que habían vivido virtuosamente podían ser admitidos en los Campos Elíseos, un lugar de paz y felicidad eterna que los liberaba de la existencia material. Por otro lado, las almas que habían cometido actos malvados o injustos eran enviadas al Tártaro, una región de tormento y sufrimiento en donde cumplían penas acordes a sus faltas.

El mismo Platón sugiere que el alma, que es inmortal, pasa por un ciclo de muertes y renacimientos con el fin de mejorar o deteriorarse. Al vivir de manera justa y honrada, el alma puede ascender a formas de existencia más elevadas, mientras que el comportamiento injusto la condena a reencarnar en cuerpos menos deseables.

En el hinduismo se nos dice exactamente lo mismo: las almas que acumulan buen karma a través de acciones virtuosas y que llevan una vida justa, pueden renacer en circunstancias más favorables, mientras que aquellas con mal karma experimentan vidas más difíciles. Este ciclo continúa perpetuamente hasta que el alma alcanza la iluminación y la liberación (moksha), pudiendo así escapar del ciclo de Saṃsāra (muertes y renacimientos) y unirse con Brahman, la realidad última: El Uno gnóstico.





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