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sábado, 1 de julio de 2023

El Papa Juan Ánglico o la historia borrada de Juana de Ingelheim: la primera y única Papisa


El cristianismo ha sido cuna de abominables actos de corrupción. Su largo historial de crímenes acredita una terrible serie de casos espeluznantes que son, sin lugar a dudas, un recordatorio de que sus mandatarios gobiernan para satisfacer sus propios deseos mundanos, y que sus dogmas son el arma predilecta para llevarlos a cabo.

Dentro de esta amalgama de historias turbias que giran en torno al cristianismo y al Vaticano, encontramos un caso bastante particular y curioso; un episodio que cayó al olvido producto de la censura. 

Nos referimos al caso de la Papisa Juana de Ingelheim, mejor conocida en el mundo eclesiástico bajo el nombre de Juan Ánglico.  

Juana la Papisa es uno de los personajes más fascinantes y extraordinarios de la historia occidental, y a su vez, uno de los más desconocidos. Son pocos los que han oído hablar alguna vez de Juana la Papisa, y éstos en su mayoría la creen inventada.

Pero durante cientos de años, hasta mediados del siglo XVIII, el reinado de Juana fue universalmente conocido y aceptado como verdad, incluso por miembros importantes del clero ortodoxo.

A lo largo de muchos siglos, la Iglesia Católica se encargó de borrar las comprometedoras huellas históricas de Juana y de cualquier alusión a su imagen.

La virtual desaparición de Juana de la conciencia moderna atestigua la eficacia de aquellas medidas. 

Hoy, la Iglesia Católica presenta dos argumentos principales en contra del supuesto papado de Juana: primero, la ausencia de cualquier referencia al respecto en documentos contemporáneos de la época, y segundo, la falta de un periodo de tiempo suficiente para regir, pues se dice que Juana estuvo en el trono entre el mandato de León IV y Benedicto III, es decir, entre el año 855 al 857, no pudiendo haber un espacio de tiempo disponible para un reinado intermedio.

Pero estos argumentos no son concluyentes, y muy por el contrario existen pruebas sólidas que las refutan. 

No puede sorprender que Juana no aparezca en registros contemporáneos dado el tiempo y la energía que la Iglesia, según su propia admisión, ha dedicado a expurgar sus menciones. De igual modo el hecho de que Juana viviera en el siglo IX, el periodo más oscuro de la edad oscura, hizo fácil la tarea de borrar su reinado. 

Sin embargo, hasta la presente fecha han sobrevivido varios vestigios sobre la vida y reinado de Juana de Ingelheim.



Primeramente se adjunta una breve reseña sobre Juana la Papisa, para así poder entender el contexto de la publicación y las pruebas que serán presentadas a lo largo de la misma.

Textos, comentarios, pinturas, incidentes circunstanciales y los recuerdos de una nutrida tradición popular, afirman que tras la muerte del papa León IV, acontecida un 17 de julio del año 855; un sacerdote llamado Juan Ánglico fue electo para suceder el cargo, ejecutando el papel de papa durante los dos siguientes años. 

Juan Ánglico es descrito como un erudito versado en las escrituras, además de ser un hombre justo, inteligente y virtuoso; características que llevaron a su elección por sobre otros candidatos. 

Sin embargo, esta decisión fue polémica, pues la realeza del Imperio Franco, encabezada por el emperador Ludovico, apoyaba la candidatura del cardenal Anastasio de San Marcelo, famoso por su corrupción y tendencia a los favores políticos.

El Vaticano, oponiéndose a que el Imperio Franco adquiriera poder sobre la Iglesia, apoyó la candidatura de otros eclesiásticos. Finalmente, se informaría que Juan Ánglico sucedería a León.

Según la leyenda, Juan era una mujer que nació en Maguncia, Alemania, en el siglo IX, en una época en que las mujeres tenían prohibición de educarse y de participar en asuntos religiosos. A pesar de las limitaciones sociales, Juana era excepcionalmente inteligente y estaba decidida a aprender; misión que emprendió desde una muy temprana edad.

Motivada por esta búsqueda de conocimiento, Juana se disfrazó de hombre para obtener acceso a la educación, y finalmente se dirigió a la ciudad de Atenas en compañía de su amante, un conde o miembro de la nobleza, en donde terminó dominando varias ramas del conocimiento; filosofía, medicina, teología y lenguas varias como el griego y el latín. Posteriormente la joven Juana viajaría hacia Roma en compañía de su amante para poder continuar con sus estudios, siempre disfrazada de hombre y utilizando un nombre falso. Poco a poco fue escalando con éxito en las filas de la iglesia y cobrando gran popularidad entre el pueblo romano.

Esta fama y erudición conllevaron a que el hermano Juan Ánglico, como se hizo llamar públicamente, fuese electo para el trono.

Tras dos años en el puesto, se afirma que Juana quedó embarazada de su compañero y amante.

Por desconocimiento de la hora exacta en que se esperaba el parto, Juana dio a luz a un niño prematuro en plena calle mientras dirigía una procesión religiosa desde la basílica de San Pedro hasta Letrán, específicamente en una callejuela entre el Coliseo y la Iglesia de San Clemente, justo en medio de una gran multitud de fieles.

Se dice que el bebé nació muerto; que Juana murió a los pocos minutos del parto, o que bien fue encarcelada y ejecutada, mismo destino de su amante.

En un acto desesperado por ocultar el vergonzoso hecho, la iglesia católica borraría todo registro sobre la existencia del papa Juan Ánglico: su vida, sus obras, legado, muerte y verdadera identidad. 

Rápidamente los altos mandos ejecutaron una rápida serie de decisiones, como por ejemplo, clausurar la calle en donde Juana dio a luz, prohibiendo cualquier procesión en el lugar, de lo contrario se corría el riesgo de ser castigado por herejía. También se llegó a la determinación de que los siguientes postulantes al trono de San Pedro, debían pasar por la prueba de la "silla stercoraria", en donde un examinador palpaba los testículos y el pene del candidato para comprobar si efectivamente se trataba de un hombre. Esta examinación se mantuvo vigente hasta el siglo XVII. 

Con Juana muerta, el cardenal Anastasio, utilizando su maliciosa influencia y favores; aprovecharía la oportunidad de tomar el cargo por la fuerza y usurpar el trono, transformándose en un "antipapa". 

Ante esta problemática se llevaron a cabo nuevas elecciones, siendo electo el sacerdote Benedicto III. 

Por órdenes de Anastasio, Benedicto fue hecho prisionero y encarcelado. Esto causó una grave polémica en Roma, y el mismo Ludovico decidiría retirar su apoyo.

Anastasio fue excomulgado y desterrado a la vida monástica, en donde ejercería como bibliotecario. Por su parte, Benedicto III pudo finalmente ejercer sobre el trono de Pedro, aunque su reinado sería muy breve pues moriría por razones naturales al poco tiempo. 

Varias décadas después, el ex cardenal Anastasio, ahora conocido como Anastasio el Bibliotecario, compondría lo que sería su obra más importante, el "Liber pontificalis", un libro en donde narra la vida y el gobierno de cada uno de los pontífices que estuvieron a cargo del trono papal hasta ese momento.

Por obvias razones, y también, a modo de venganza y al mismo tiempo de redención, Anastasio decidió omitir por completo el nombre de Juana o Juan Ánglico, borrándola para siempre de la historia. El Liber pontificalis se transformó en un libro bastante popular, así como en uno de los pocos escritos que se produjeron en el siglo IX. 

Con esto, los pecados de Anastasio quedaron olvidados, y la negligencia del Vaticano al permitir que una mujer tomara el puesto papal, también.



El siglo IX fue una época de analfabetismo generalizado, declives económicos y de una turbulenta situación geopolítica: una verdadera época de oscurantismo, violencia e ignorancia. 

Hoy, la investigación de dicho periodo se basa en documentos fragmentados, incompletos, contradictorios y poco seguros, pues durante el siglo IX hubo una escases extraordinaria de documentos escritos. No hay registros de corte, de tierras, o relatos de la vida diaria. 

Pocos documentos fueron compuestos en aquel minuto, entre ellos el ya citado Liber pontificalis, que los estudiosos han calificado como un documento de propaganda.

Fuera de esta obra, no hay registro continuo de los papas del siglo IX; quiénes fueron, cuándo reinaron, y qué hicieron. 

Se dice que hubo una vieja copia del Liber pontificalis que contuvo un relato del papado de Juana, aunque dicho artículo es evidentemente una interpolación posterior, torpemente agregada al cuerpo principal del texto. 

No obstante, esto no lo hace necesariamente falso; un escriba posterior, convencido por el testimonio de cronistas menos sospechosos que Anastasio, puede haber sentido moralmente la obligación de corregir el registro oficial.

El Liber pontificalis es claramente incorrecto en materia de fechas, ascensos y muertes papales, teniendo mucha información que fue completamente inventada o sugerida, algo usual en este tipo de redes.

Se sabe que por ejemplo Hincmaro de Reims, contemporáneo de Juana, y consejero y propagandista de Carlos el Calvo, suprimía frecuentemente información que resultara perjudicial para la iglesia en sus cartas y crónicas. Ni siquiera el popular teólogo Alcuino de York estaba por encima de estos escamoteos de la verdad, pues en una de sus cartas admite haber destruido un relato sobre el adulterio y la simonía del papa León III.

Los prelados romanos tenían fuertes motivos personales para suprimir la verdad en torno a varios casos polémicos sobre la Iglesia, y lo de Juana no fue una excepción.

Porque además, en las raras ocasiones en las que un papado se declarase nulo, ocurría que se invalidaban todos los nombramientos hechos por aquel papa: cardenales, obispos, diáconos y sacerdotes ordenados eran despojados de sus títulos y cargos. Entonces, no puede sorprender que los registros llevados o copiados por estos mismos hombres no hagan mención a Juana, pues veían amenazados sus cargos y puestos, y en general, el orden establecido. Por lo tanto, era mejor seguir como si nada hubiese pasado.

La historia da muchos otros ejemplos de falsificaciones de documentos. Los partidarios de los borbones dataron el reinado de Luis XVIII desde el día de la muerte de su hermano, y simplemente omitieron el reinado de Napoleón. Sin embargo, no pudieron eliminar a Napoleón de los documentos históricos porque su gobierno quedó registrado en innumerables crónicas, diarios, cartas, y otros documentos. Lamentablemente, en el siglo IX el trabajo de borrar a alguien como Juana del registro histórico fue mucho más fácil.

Hoy, la postura oficial de la iglesia católica es tajante, afirmando que Juana fue una invención de los reformistas protestantes que intentaban denunciar la supuesta corrupción papal. Sin embargo, la historia de Juana empezó a mencionarse siglos antes de que naciera Martín Lutero, y la mayoría de estas menciones son de autores católicos a menudo situados en altos peldaños de la jerarquía eclesiástica.

Por ejemplo, Martín el Polaco, sacerdote católico y canonista del siglo XIII, comentó en su obra, Chronicon pontificum et imperatorum lo siguiente:


"Juan el Inglés nació en Maguncia, fue papa durante dos años, siete meses y cuatro días y murió en Roma, después de lo cual el papado estuvo vacante durante un mes. Se ha afirmado que este Juan era una mujer, que en su juventud, disfrazada de hombre, fue conducida por un amante hacia Atenas. Allí se hizo erudita en diversas ramas del conocimiento, hasta que nadie pudo superarla, y después, en Roma, profundizó en las siete artes liberales (trivium y quadrivium) y ejerció el magisterio con gran prestigio. La alta opinión que tenían de ella los romanos hizo que la eligieran como papa. Ocupando este cargo, se quedó embarazada de su cómplice. Desconociendo el tiempo que  le faltaba para dar a luz, Juana parió a su hijo mientras participaba en una procesión desde la basílica de San Pedro a Letrán, en una calleja estrecha entre el Coliseo y la iglesia de San Clemente. Después de su muerte, se dijo que había sido enterrada en ese lugar. El Santo Padre siempre evita esa calle, y se cree que ello responde al aborrecimiento que le causa este hecho. Juana no está incluida en la lista de los sagrados pontífices, por su sexo femenino y por lo irreverente del asunto".



Otro historiador católico, Jean de Mailly, comenta en su Chronica Universalis Mettensis (1254):


"Se trata de cierto papa o mejor dicho papisa que no figura en la lista de papas u obispos de Roma, porque era una mujer que se disfrazó como un hombre y se convirtió, por su carácter y sus talentos, en secretario de la curia, después en cardenal y finalmente en papa. Un día, mientras montaba a caballo, dio a luz a un niño. Inmediatamente, por la justicia de Roma, fue encadenada por el pie a la cola de un caballo, arrastrada y lapidada por el pueblo durante media legua. En donde murió fue enterrada, y en el lugar se escribió: 'Petre, Pater Patrum, Papisse Prodito Partum' (Pedro, padre de padres, propició el parto de la papisa). También se estableció un ayuno de cuatro días llamado «ayuno de la papisa»".


Se sabe que una estatua de Juana estuvo situada sin discusión junto a la de los otros papas en la catedral de Siena hasta el año 1601, cuando por orden del Papa Clemente VIII se metamorfoseó súbitamente en un busto del Papa Zacarías.

El teólogo e historiador alemán del siglo XVII, Friedrich Spanheim, realizó un amplio estudio sobre el asunto de Juana, afirmando no menos de 500 manuscritos antiguos que mencionan su papado, incluyendo autores tan reconocidos como Petrarca y Boccaccio.

Boccaccio precisamente compuso una obra en donde recopiló personalmente algunas biografías de mujeres importantes y de renombre. En esta lista, de 106 mujeres en total, se incluye a Juana la Papisa.

Boccaccio cuenta lo siguiente:


"Juana era sólo un hombre por nombre, pero por sexo era mujer. Su inaudita temeridad hizo que se hiciera conocida en todo el mundo, incluso en la posteridad. Algunos dicen que nació en Maguntia, y otros en Gilibertus, pues apenas se le conoce su nombre propio antes de que asumiera al pontificado. Según se afirma, Juana fue amada por un joven escolástico, a quien dicen que amaba tanto que, vencida por la vergüenza virginal y el miedo femenino, huyó a escondidas de la casa de su padre para viajar con él, pero con apariencia y nombre cambiado. Juana fue estimado por todos como un clérigo, y se esforzó en los estudios de las letras. Entonces, cuando supo que era fuerte en talento y, atraída por la dulzura del conocimiento, no quiso declararse mujer. Perseverando vigilantemente en sus estudios, hizo tales progresos en las letras sagradas y liberales al punto de que fue considerada como una inminencia entre los demás. Y así, dotada de un conocimiento maravilloso, y ahora de edad avanzada, se mudó de Inglaterra a Roma; y allí durante algunos años fue distinguida entre el público, sobresaliendo también en singular honestidad y santidad, siendo un hombre de confianza para todos. 

Debido a su fama, sucedió a León en el papado, y se le bautizó con el nombre de Juan. Esta decisión se tomó con el común consentimiento de los más venerables padres. De haber sido un hombre, ella hubiese sido el octavo papa en obtener el título de Juan. Sin embargo, es sabido que no es posible ascender al asiento del Pescador y a todos los ministerios sagrados de la religión cristiana siendo mujer, sin embargo, el apostolado y la vicaría de Cristo en efecto, alcanzaron su apogeo en algunos años con una mujer.

Ciertamente, Dios desde lo alto, teniendo misericordia de su pueblo, no permitió que una mujer continuara ejecutando tan distinguido puesto, presidiendo a un pueblo tan desgraciado.

Por tanto, por persuasión del diablo, que la había inducido a la maldad y a la refrenada audacia en su pontificado tan exaltado, cayó en el ardor de la lujuria. Tampoco a ella, que desde hacía tiempo sabía fingir su sexo, le faltaban habilidades para llenar la lascivia. 

Aquella sucesora de Pedro fue a montar y ¡oh crimen indigno, oh invencible paciencia de Dios! Aquella que había sido capaz de fascinar los ojos de los hombres durante mucho tiempo, fracasó en su capacidad de ocultar su embarazo. Porque cuando estaba más cerca de lo esperado en la frontera, celebrando el sagrado Amburbia entre el Coliseo y el edum del Papa Clemente, la partera no fue llamada, pero se vio obligada a aparecer, pues se hizo público el engaño que había perdurado durante tanto tiempo, más allá del amor de la gente. Y así fue arrojada por los padres a las tinieblas junto con su descendencia. Para detestar la impureza y perpetuar la memoria del nombre, los sumos pontífices, por petición del clero y actuando como guías para el pueblo, aborrecen aquel lugar de nacimiento, evitándolo y avanzando por otras ensenadas y calles, huyendo de aquel lugar detestable. De este modo completan el viaje de la procesión emprendida".


Boccaccio escribió esto en su obra "De Mulieribus Claris" (Sobre Mujeres Famosas) del año 1353.



Si nunca hubiese habido una mujer en el puesto: ¿por qué la Iglesia católica impuso la prueba de la silla stercoraria? 

Durante casi 600 años, cada papa electo debía obligatoriamente sentarse en este artefacto, que se describe como una silla agujereada en el centro, tal como una taza de váter actual, con el fin de que un examinador palpase sus genitales, y así, poder dar prueba de su masculinidad. 

Tras ello el examinador, normalmente un diácono, informaba solemnemente al pueblo que el papa había superado la prueba, diciendo frases como "mas nobis nominus est" ("nuestro nominado es hombre"), "testiculos habet" (tiene testículos) o solo "habet", y recién allí se le entregaban las llaves de San Pedro que acreditaban su posición.



Otro miembro del cuerpo católico, Félix Hemmerlin, haría referencia sobre esta prueba en su obra "De Nobilitate et Rusticitate Dialogus", del año 1490:

 

“Y para probar su valía, los testículos y el pene son palpados por los más jóvenes presentes, como prueba de su sexo masculino. Cuando esto se determina, la persona que los palpa grita en voz alta: 'Virgam et testiculos habet' ('Tiene pene y testículos') y todos los clérigos responden: '¡Deo gratias!' ('Alabado sea el Señor'). Luego proceden a la gozosa consagración del Papa electo".


En el año 1404, otro cronista y sacerdote católico, Adán de Usk, haría mención de esta prueba. Adán viajó desde Gales a Roma, logrando presenciar la coronación del papa Inocencio VIII. Durante este tiempo, Adán llevó un diario de todas sus observaciones, incluyendo una descripción detallada que incluye la palpación testicular a Inocencio.

Esta ceremonia continuó hasta el siglo XVI, incluso, el papa Alejandro Borgia fue obligado a someterse a la prueba de la silla stercoraria, pese a que ya era padre de varios hijos, lo que confirmaba su género y virilidad.

Según la Iglesia, dicha prueba fue impuesta para seguir el ordenamiento de Levítico 21:20, que dice que ningún hombre que sea ciego, bizco, manco, jorobado, cojo, enano, deforme o castrado podría optar al puesto de sacerdote.

¿Por qué dicha prueba no fue impuesta desde los primeros días del Vaticano? Y más concretamente aún; ¿Por qué después del siglo IX? ¿Por qué existió tanto esmero en confirmar si un postulante al trono papal era realmente un hombre?



Lo mismo ocurre con la calle en donde Juana supuestamente dio a luz; ¿por qué la iglesia prohibiría, coincidente y precisamente, que las procesiones cruzaran por este sector? 

Con anterioridad las procesiones papales solían avanzar por esa parte sin ningún tipo de problema, pero después fue evitada. El Vaticano se excusó diciendo que dicha calle era muy estrecha, y que por este motivo fue descartada como parte de la ruta.

Johann Burchard, sacerdote y cronista católico, quien además funcionó como maestro de ceremonia en las cortes papales de Sixto IV, Inocencio VIII, Alejandro VI, Pío III y Julio II, afirmó en su obra, "Liber Notarum", que aquella calle fue totalmente prohibida por el cuerpo católico, porque fue el lugar en donde Juan Ánglico parió a un niño, y que por lo tanto debía ser evitada. Incluso reprobó la procesión del papa Inocencio VIII cuando rompió la costumbre de atravesar esta ruta:


"Después de la misa, el Papa dio la bendición y las indulgencias plenarias para la celebración pública. Luego, el Papa regresó en el mismo orden a su palacio en San Pedro; yendo por el campo de Flore, la calle de los Judíos y Santa María de Consolación; atravesando la corte por San Marco y la Vía Papal. Pero tanto de ida como de vuelta vino por el Coliseo y por aquel camino recto en donde estaba puesta la prohibición, pues, como se dice, fue en donde Juan Ánglico dio a luz a un niño: y por ello ningún Papa debe montar en aquella vía. Esto causó la reprensión por parte del arzobispo de Florencia, del obispo de Massano y de Humgon de Benzii, el subdiácono apostólico. El obispo de Pientinus me dijo que dicho acto fue una tontería y una herejía, pues es sabido que el Papa no debería haber ido por ese camino" 


El relato de Burchard aclara que el reinado de Juana era admitido en su época por los más altos funcionarios de la corte papal.


Otra prueba histórica la da el bien documentado proceso de Jan Hus, quien fue condenado por predicar la herejía tras afirmar, entre otras cosas, que el papa es falible, y que hubo un pontificado dirigido por una mujer a la que llamó Inés (haciendo referencia a Juana). Los oponentes de Hus en el juicio insistieron que su argumento no probaba que la Iglesia podía independizarse del papa, pero no negaron ni discutieron el argumento sobre la papisa.

Hus dijo:


"Había una iglesia sin cabeza y sin líder, cuando una mujer estuvo en el papado por dos años y cinco meses. La Iglesia debe ser inmaculada, pero, ¿puede ser inmaculado el Papa Juan, que resultó ser una mujer que públicamente dio a luz a un niño?"


Finalmente, Jan Hus fue ejecutado en la hoguera.

Juana la Papisa fue un tema muy popular entre los artistas medievales, habiendo decenas de ilustraciones de la época que retratan estos acontecimientos. 

Incluso, Juana fue retratada en la primera baraja de Tarot, es decir, la Visconti-Sforza, de origen italiano y que data del año 1451. El tarot francés o tarot de Marsella, datado del año 1650, también mantuvo la imagen de la papisa para representar al arcano número 2. Esta tradición ha perdurado hasta el presente, aunque en algunas ediciones se le llama "sumo sacerdotisa". 

En el Tarot, la Papisa o Sumo Sacerdotisa, a grandes rasgos, se define como una carta espiritual que invita a la reflexión, a la introspección y a la prudencia. Sugiere que la empatía y la compasión deben ser cultivadas y despertadas para lograr una meta en concreto. Si nos aparece la Papisa en una tirada de Tarot, la carta indica que debemos fluir ante los problemas de manera serena, sin oponer resistencia. La carta es sinónimo de templanza, misericordia, comprensión, calma, y se adhiere a la búsqueda de conocimiento. 

Todas estas virtudes y atributos nos recuerdan a los relatos sobre Juana, por lo tanto, es un excelente nombre.



Dada  la oscuridad y confusión de la época, resulta imposible determinar con certeza si Juana la papisa existió o no, y es muy probable que nunca sepamos la verdad de lo acontecido en el Vaticano entre los años 855 y 857.

Sin embargo, y para suerte de los buscadores de la verdad, aún persisten algunos vestigios sobre la existencia de Juana, los cuales, nos podrían orientar.

Tristemente, la vida en el siglo IX fue compleja y difícil, en especial para las mujeres, puesto que la sociedad europea de aquel minuto se basaba en las diatribas antifemeninas de los padres de la iglesia cristiana, como Pablo y Tertuliano.

Tertuliano diría:


"Toda mujer debería caminar como Eva en el luto y la penitencia, para así poder expiar la ignominia del primer pecado, que es la causa de la perdición humana. 

¿No sabes que también tú eres Eva? La condena de Dios a tu sexo perdura todavía hoy; tu culpa permanece aún. 

¡Tú eres la puerta del Demonio! 

¡Tú comiste del árbol prohibido! 

¡Tú desobedeciste la primera la ley divina! 

¡Tú convenciste a Adán, porque el Demonio no era bastante valeroso para atacarlo! 

¡Tú destruiste la imagen de Dios, el hombre! 

¡A causa de lo que hiciste, el Hijo de Dios tuvo que morir!


Y Pablo:

 

"Que la mujer aprenda en silencio y con toda sujeción, pues no permito que la mujer enseñe ni ejerza dominio sobre el hombre, sino que guarde silencio. Porque primero fue formado Adán, y después Eva; y el engañado no fue Adán, sino que la mujer, al ser engañada, incurrió en transgresión. Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia".


En esta época la menstruación era vista por la iglesia y por la sociedad como un castigo impuesto por el pecado de Eva a consecuencia de la caída. Con pocas excepciones, las mujeres eran tratadas como perpetuos sin derechos legales ni de propiedad, teniendo que estar siempre sumisas al hombre. Por ley, las mujeres podían ser golpeadas por sus maridos, y la violación era considerada igual que un robo menor. Se esperaba que las mujeres concentraran sus responsabilidades en los quehaceres del hogar, y que sólo sirviesen para embarazarse y criar hijos. Por lo tanto, raramente una mujer de la época podía ser capaz de leer y/o escribir.

No puede sorprender entonces que una mujer eligiera disfrazarse de hombre para poder escapar de semejante existencia.

Aparte de Juana, hubo muchas otras mujeres a lo largo de la historia que lograron llevar adelante una doble vida al hacerse pasar por hombres.

En el siglo III, Eugenia, hija del prefecto de Alejandría, entró en un monasterio disfrazada de hombre, y con el tiempo llegó a ejercer el cargo de abad. Su verdadera identidad pasó desapercibida hasta que se vio obligada a revelarla como último recurso para refutar la acusación de haber seducido a una doncella. Finalmente, Eugenia fue decapitada.

Durante la revolución francesa, una mujer llamada Franziska Scanagatta se disfrazó de hombre para poder asistir a la escuela de oficiales; institución en donde terminaría graduándose como alférez. De este modo, con un disfraz y nombre falso, Franziska pudo luchar en la guerra, destacando como un excelente soldado, alcanzando el grado de comandante. Sin embargo, su padre informó el engaño ante las autoridades, por lo que Franziska se vio obligada a dimitir. Para su sorpresa, fue despedida con aplausos, y el emperador Francisco I le concedió una pensión por su servicio cuando se enteró de la historia.

Hannah Snell fue una mujer inglesa que también ingresó al servicio militar con el fin de combatir por su país, tomando el nombre falso de James Gray en el año 1757. Snell fue famosa por su valentía, llegando a servir en el ejército del duque de Northuberland y en la infantería de marina. A su retiro fue despedida con honores y con una respectiva pensión.

Mary Read y Anne Bonny fueron dos mujeres del siglo XVIII que obtuvieron gran renombre por operar en una peligrosa banda de piratas en las costas del caribe. Tanto Read como Bonny se hicieron pasar por hombres durante aquel periodo de tiempo, manteniendo falsos nombres e identidades. Apenas se descubrió que fueron mujeres tras ser detenidas. 

Elisa Bernerström se disfrazó de hombre para poder servir como soldado del ejército sueco en la Guerra por Finlandia entre Suecia y Rusia, acontecida entre los años 1808 y 1809. Elisa participó en la batalla de Sävar y en la batalla de RatanCasi al final de la guerra se descubrió su verdadero sexo, por lo que fue dada de baja, aunque despedida con honores.

Malinda Blalock se disfrazó de hombre para luchar en la Guerra Civil estadounidense, acontecida entre los años 1861 a 1865. Su esposo, Keith, se había unido al 26º Regimiento de Carolina del Norte, y ella decidió seguirlo para ayudar en la lucha, alistándose con el nombre de Samuel Blalock en 1862. Aunque posteriormente la pareja desertaría de las filas del sur para unirse al ejército de la Unión, en donde destacaron como excelentes guerrilleros.

Juana de Arco es una de las figuras más reconocidas y emblemáticas de la historia occidental, siendo famosa por sus logros y valentía tras liderar a cinco mil soldados en el campo de batalla. Sin embargo, pocos saben que Juana de Arco luchó durante la Guerra de los Cien Años disfrazada de hombre.

Cuando el Dr. James Barry fue encontrado muerto en su casa de Londres un 25 de julio de 1865, las personas que lo conocían se sorprendieron al enterarse de que en realidad se trató de una mujer. Se supo que la verdadera identidad de James Barry era la de Margaret Ann Bulkley, y que se hizo pasar por hombre para poder ingresar a la escuela de medicina de la Universidad de Edimburgo. A partir de entonces obtuvo un doctorado en medicina y se desempeñó como cirujano del ejército británico y en las colonias occidentales de la India y Sudáfrica. 

En 1959, Rena Kanokogi se disfrazó de hombre para poder participar en un torneo de judo de la YMCA en Nueva York. Kanokogi ganó el evento, recibiendo una medalla de oro. Sin embargo, se vio en la obligación de devolver su premio cuando los oficiales descubrieron que era una mujer. Sin embargo, Kanokogi no renunció a sus sueños, pues posteriormente viajaría a Japón para continuar con su carrera, convirtiéndose en la primera mujer en entrenar con los hombres en el Instituto Kodokan de Tokio. Kanokogi pasó a fundar el primer campeonato mundial de judo femenino del mundo, que se llevó a cabo en el Felt Forum del Madison Square Garden.

Maria Teresinha Gomes, una estafadora en serie, vivió 18 años de su vida haciéndose pasar por hombre con el objetivo de realizar negocios fraudulentos. María tomó la identidad de un militar, de un abogado y de un agente de la CIA, presentándose así misma como Tito Aníbal Paixão. Por sus estafas, Maria fue denunciada ante el Ministerio Público de Portugal en 1993, y sólo tras su detención se supo que era mujer. Al ser preguntada, Maria comentó que tomó la imagen de un hombre por las desigualdades que enfrentaban las mujeres en su tierra natal. 

Y así la lista podría continuar y continuar, siendo interminable, pues fueron muchas las mujeres que quedaron en la historia al hacerse pasar por hombres: Onorata Rodiani, Catalina de Erauso, Kit Cavanagh, Louise Antonini, Anna Maria Lane, Deborah Sampson, Marie Schellinck, Ulrika Eleonora Stålhammar, Jennie Irene Hodgers, Jane Dieulafoy, Nadezhda Durova, Giuseppa Bolognara Calcagno, Frieda Belinfante, Frances Clayton, Sarah Emma Edmonds, Loreta Janeta Velázquez, Wanda Gertz, Marina de Bitinia, y un largo etcétera.

Todos estos ejemplos son una prueba sustancial de que a lo largo de la historia, muchas mujeres, sintiéndose oprimidas por la sociedad a través de una imposición de normas de género, han tomado la identidad de un hombre para poder llevar a cabo sus cometidos por largos periodos de tiempo.

Entonces, ¿Por qué Juana de Ingelheim no pudo haber corrido la misma suerte al infiltrarse en las mismísimas entrañas del Vaticano? 


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